Soy
un alma vieja– concluyó con calma mientras tomaba lentamente el té. Sus
ojos profundos se distraían con las pequeñas partículas de hojas secas
asentadas en la taza manchada por el uso.
–lo descubrí hace tiempo y eso da sentido
a la pesadumbre que me acompaña siempre. No cargo una terrible pena, solamente
soy un alma muy vieja. He vivido demasiado-.
Ya a esa hora las penumbras de la noche
terminaban de empujar la caída del sol y el cuarto que servía de sala, cocina y
comedor de aquel minúsculo y despoblado apartamento, daba cuenta de una persona
austera y desapegada. La templada habitación no contaba con mucha luz y sólo
una lámpara en una esquina, cercana a la escueta mesita y a su solitaria
silla, brindaba un derrotado combate a
la sombras. No había signos de pasado alguno, como si nadie allí habitara
nunca. -Veo que llegó la hora de
resolver este asunto- dijo mientras su rostro joven, pero surcado por la
permanente ausencia de felicidad, tomaba la expresión de una determinación; se
levantó con firmeza y hurgó ávidamente las gavetas del pequeño mueble que definía
a la cocina en busca del veneno para ratas. Sin dar espacio de reacción a la duda,
abrió la botella y bebió; mientras sentía como el letal líquido quemaba las
paredes de su boca, su garganta, su esófago y cada minúscula parte de su sistema
gástrico, tomó con la fuerza de las crispadas manos el recipiente para
asegurarse de no soltarlo hasta agotarse el contenido. Podía sentir el sabor
terriblemente amargo que atacaba su paladar y los vapores que desatados obstruían
el paso del aire. Sabía que nadie llegaría hasta entrada la mañana, y ya sería
tarde. Mientras un dolor agudo atravesaba su cuerpo, mortalmente abrasado, pudo
vislumbrar un hallazgo inesperado pero conocido, una repetición del
sufrimiento. Contorsionada en el piso la figura y espumante la boca, enumeró
los síntomas: las contracciones de los músculos, la asfixia, la ceguera, el
incendio de los órganos, la liberación de esfínteres y aquel dolor agudo que
convocaba al arrepentimiento. Ya no hubo tiempo de más, sólo con el repaso de
un padecimiento insoportable, el corazón y el cerebro se pusieron de acuerdo.
Cesaron.
La mañana descubría un apartamento prolijo,
luminoso, lleno de memorias compartidas. Luego vecinos, familia, amantes y amigos;
figuras que le eran conocidas entraban y salían por primera vez, tristes e
interrogantes. Nadie era capaz de brindar ni siquiera un indicio, una duda,
alguna pista que diera la explicación que no fue procurada.
Soy un alma vieja. Lo descubrí hace
tiempo y ha llegado la hora de resolver este asunto.-Luego, la sustancia que
inflamara su boca, su garganta, su esófago y cada célula de su sistema
gástrico, abría el paso a un dolor familiar. Al descubrimiento de un recuerdo.
Carla Padua
Mayo´12
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