Él
que diserta la condición única de sus ideas,
Y
ella que abre la puerta de su memoria
transfigurando
notas al margen,
en
el nuevo ocupante de su cabecera.
Ella
que viola su sorpresa,
y
él que deja abierta una ventana en la duda.
Ella
que confiesa lo que él ya sabe
él
que sorprende, ansiosos a sus oídos.
Èl
que finalmente hablas para ella.
Ella
que lo escucha con el cuerpo…
-¿A qué saben las yemas de tus dedos?
dime el aroma de tus manos-
Y
ella se declara territorio dócil
acechada
por su boca.
Lo
deja leerla hasta que titila…
II
Sin
disculpa para el insomnio
ella
acude al espanto para su sueño.
Todos
vienen en asistencia,
se
permiten ser abusados;
y
ambos asaltan las palabras
para
convertirlas en instrumento voluntario
de
la transgresión más inusitada.
El
descubrimiento de las primeras claves.
-Las circunstancias supongo, el contexto-
Los
ojos, los oídos, la piel asombrada ante las respuestas.
El
oficio convertido en deleite
y
una caricatura que sentada y vestida,
permite
un exorcismo hasta los zapatos y la silla.
Si
está sonrojado y no ríe
es
porque intuye, olfatea
el
bestial desenlace:
la
viril y ruborizada torpeza de sus manos,
transmutadas
en palabras,
amenaza
al amanecer de forma inconsulta.
Mientras
él pregunta cómo se desnudan los silencios
ella
sigue tentando su intento.
No
hay otra, de hecho llueve.
Sólo
está el humo que se eleva desde
el
calor profundo de la tierra,
y
una emboscada transitoria de las manos
para
una noche de insomnio y desalojo.
La
revelación no está en la expectativa
no
hay ofrenda
ni
siquiera un porsiacaso.
El
hallazgo es un orgasmo de voces,
una contienda de
adjetivos
la aproximación a una
descarga
como
quien mete la lengua en el enchufe.
Pero
los puentes continúan en pie y ella
sentada,
es
un girasol./